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Unificando esfuerzos: el trabajo del Banco de Alimentos para cumplir con los ODS

Durante la pandemia llegamos a creer que nuestra sociedad se iba a volver más humana y solidaria con el prójimo, pero la verdad es que poco o nada aprendimos de estos años crueles. Al mundo en general le ha costado mucho reponerse, en especial con la situación actual causada por los conflictos bélicos, el cambio climático y la variación en los precios de los alimentos. Colombia, es el tercer país con la inflación más alta en América Latina y el 30% de su población está en situación de inseguridad alimentaria según el Programa Mundial de Alimentos.

Si bien es cierto que cada nación y cada individuo afronta diversas problemáticas, también es cierto que solo trabajando juntos podremos cumplir con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS), establecidos por la Asamblea de las Naciones Unidas. El panorama actual no es para nada alentador, la desigualdad persistente en las zonas rurales, la falta de alimentos nutritivos en la mesa de las familias más vulnerables y la degradación ambiental en general de los ecosistemas, nos hace ver cada vez más lejana la posibilidad de construir un mundo, y país, más justo, sostenible y equitativo pilares fundamentales de la sostenibilidad.

Los ODS tienen como objetivo principal implementar acciones conjuntas que permitan transformar la vida de las personas, garantizar los recursos naturales y promover la prosperidad productiva. Es por eso que, el Banco de Alimentos de Bogotá adopta diferentes iniciativas encaminadas a cumplir con estos objetivos, desde la articulación de la empresa privada, la academia, el sector agrícola y la comunidad en general. Algunas de las formas en que el Banco se integra con los Objetivos de Desarrollo Sostenible son:

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  1. Fin de la pobreza: La inseguridad alimentaria es una de las principales causas de la pobreza en el mundo. A través de nuestros programas de nutrición y formación, mejoramos la calidad de vida de las personas beneficiadas y su entorno.
  2. Hambre Cero: Garantizamos a las organizaciones vinculadas y sus beneficiarios, el acceso y disponibilidad a una alimentación sana y saludable. Trabajamos en pro de una agricultura sostenible, apoyando a los agricultores.
  3. Trabajo decente y crecimiento económico: Ofrecemos programas de capacitación y desarrollo de habilidades para nuestros colaboradores, las organizaciones adscritas y sus beneficiarios, mejorando sus oportunidades de empleabilidad.
  4. Ciudades y comunidades sostenibles: Fortalecemos a las organizaciones para que sean sostenibles. Con el apoyo de las universidades y la empresa privada, generamos sinergias para abordar de forma conjunta la pobreza y la desigualdad en las comunidades
  5. Producción y consumo responsables: Unimos esfuerzos con productores, comerciantes y distribuidores para que donen sus excedentes. Reducimos el desperdicio, generando así una conciencia de sostenibilidad y solidaridad con los más necesitados.
  6. Acción por el clima: Por medio de alianzas con la población rural, fomentamos la educación y las prácticas agrícolas sostenibles, contribuyendo a la reducción de la huella de carbono resultado de la producción y desperdicio de alimentos.
  7. Alianzas para lograr los objetivos: Desarrollamos programas que fomentan la donación de alimentos, bienes y servicios, la reducción del desperdicio y el cuidado del medio ambiente. Promovemos como eje principal, la seguridad alimentaria de las organizaciones atendidas y sus beneficiarios.

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El valor más poderoso que tenemos los seres humanos es la solidaridad. En distintos episodios de la vida hemos demostrado que el esfuerzo colectivo nos permite superar cualquier adversidad, pero como sociedad pareciera que lo olvidamos por momentos. En esta oportunidad, como Banco de Alimentos extendemos una invitación para que sigamos promoviendo colaboraciones globales y acciones conjuntas para cumplir con todos estos desafíos planteados en los Objetivos de Desarrollo Sostenibles.

El Banco de Alimentos de la arquidiócesis de Bogotá, el viernes 10 de marzo de 2023, presentó su informe de gestión anual

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Notici informe de gestion

Ante la junta directiva, empresarios, donantes , representantes legales e invitados, confirmando la solidaridad, trabajo y compromiso de muchos hombres y mujeres, que luchan “Juntos contra el hambre”.

“El 2022, fue un año de cambios políticos y económicos, acompañados  de una ola invernal que llevó desconsuelo y hambre a miles.  Ante tanta necesidad,  El Banco de Alimentos de Bogotá,  no podía ser inferior a las expectativas de los miles de damnificados. Gracias a la generosidad y compromiso de nuestros benefactores pudimos, una vez más, llegar con responsabilidad  y equidad a los más necesitados.” Afirma el padre Daniel Saldarriaga Molina, Director Ejecutivo, en su informe de gestión.

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Erradicar el hambre: una tarea cada vez más lejana

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Parece no ser cierto pero cada 4,25 segundos una persona muere a causa del hambre, según un estudio de 238 organizaciones humanitarias en 2022.  En pleno siglo XXI donde  hemos creado robots que pueden reemplazar las funciones de todo un equipo, inventado carros voladores o descubierto planetas similares a la tierra, no hemos podido encontrar la cura para el virus más longevo de todos: el hambre. Así empieza un reportaje titánico sobre la falta de alimentos en el mundo, por Oscar Granados, en El País.

Unas 839 millones de personas no tuvieron alimentos dignos en sus mesas el año pasado, según la Agencia de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Aunque esta cifra sólo contempla la invasión de Rusia a Ucrania, según expertos esta cifra puede aumentar cuando se calculen los acontecimientos por el cambio climático, la variación en los precios de los alimentos y la deuda de los países más pobres.

El panorama ya era desolador antes de iniciar la pandemia, pero ahora que ya estamos superando las secuelas del covid-19 la situación por la falta de alimentos sigue disparada. En 2021,  más de 2.300 millones de personas en el mundo, vivían en la incertidumbre de conseguir alimentos y pocas veces contaban con una dieta saludable, es decir padecían inseguridad alimentaria. Durante el año pasado, problemas sociales, económicos y políticos salieron a relucir en todo el globo y el precio de los alimentos alcanzó máximos históricos. 

Malas cosechas

Antes de la invasión de Rusia a Ucrania, el mundo ya estaba haciendo frente a las malas cosechas de América del Sur -donde Argentina y Brasil son grandes jugadores en el mercado de soja, trigo, arroz y maíz- a la creciente demanda mundial de semillas, a un incremento en el coste de los combustibles y a los problemas en la cadena de suministro. La incertidumbre aumentó cuando la exportación de estos dos países graneros se puso en duda.  Desde entonces países como Argentina, prohibió la exportación de harina y aceite de soja; Egipto y la India, limitaron la venta de trigo; Malasia hizo lo mismo con los pollos; y la China impuso restricciones enormes con la salida de fertilizantes agrícolas.

Aunque muchos países revirtieron las restricciones durante el año pasado, según el Banco Mundial en diciembre aún había 19 países con estas limitaciones y 8 más estaban imponiendo limitaciones en sus ventas. Esta tendencia de limitación y reducción ha causado un crecimiento bastante grande en el precio de los alimentos a nivel mundial, dejando como principales afectados a los países más pobres. 

Para aquellos que tienen una elevada deuda la situación es más que desafiante. Si ya no se tiene capacidad para pedir un préstamo, se limita la capacidad para comprar alimentos e insumos para cosechar. No se puede separar el problema financiero, de las crisis alimentarias. La FAO, ha contabilizado al menos a 62 países que no solo están comprando menos alimentos, sino que además los están pagando más costosos.

Insumos agrícolas

Mientras que las potencias mundiales siguen acaparando todos los insumos, los países en desarrollo incrementan sus crisis alimentarias por la falta de adquisición de estos productos. Al coste de los alimentos, se le suma el de los fertilizantes, semillas, pesticidas y energía. La factura de importación de estos productos se ha disparado  un 50% en 2022.  Los fertilizantes y energía son garantes de una buena cosecha, pero la reducción de estos causa el efecto contrario.  

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La desigualdad es abismal. Por ejemplo, Georgia y Bielorusia adquirieron el 90% solo a Rusia. Somalia – donde según Oxfam hay más de 300.000 personas al borde de una hambruna – importó más del 90% de este cereal a las dos naciones en guerra.  Además, países como Uruguay, Colombia, Albania, Brasil, México, Mozambique e incluso la Unión Europea dependen de los insumos rusos en un 20% o más de sus importaciones. 

La inflación interna en los precios de los alimentos continúa siendo alta. Al cierre del año pasado, según el Banco Mundial el 83,3% de las naciones de renta baja, el 90,5% de aquellos con renta media – baja y el 94% de los que tienen una renta media – alta habían registrado una inflación del 5%, incluso varios de ellos llegando a los dos dígitos. 

Conflictos armados

Somalia, Haití, Kenia, Níger, Afganistán, Guatemala y Madagascar, entre otros, han sufrido un aumento del 123% del hambre aguda en los últimos seis años, según Oxfam. En Yemen, la situación también es alarmante, los diversos conflictos armados que han azotado al país lo han dejado devastado. 

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La guerra solo causa más hambre. Por eso, según varios representantes de la FAO se han perdido décadas de lucha contra la pobreza con la presencia de todos los conflictos actuales. De prolongarse la guerra, el mundo tendría un problema de acceso y no de disponibilidad como ahora, pues Rusia y Ucrania reducirían considerablemente sus exportaciones. Estamos ante una crisis de hambre como no se ha visto antes, pues los precios de los alimentos en 2023 seguirán aumentando. 

LA INSEGURIDAD ALIMENTARIA MODERADA Y SEVERA EN COLOMBIA ALCANZA EL 30 %

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comunicado de prensa world food program

Comunicado de prensa del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas

El Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (WFP por sus siglas en inglés) en Colombia confirma que la inseguridad alimentaria moderada y severa a nivel nacional es del 30 % tras la Evaluación de Seguridad Alimentaria para Población Colombiana, desarrollada por esa organización entre agosto y noviembre de 2022. Este porcentaje representa 15.5 millones de personas. 

En departamentos de la región caribe y pacífica la inseguridad alimentaria supera el 40 %. La Guajira, Sucre, Córdoba, Cesar y Chocó evidencian una prevalencia superior al promedio nacional, mostrando la cifra más alta Córdoba (70 %), seguido por Sucre (63%), y en la región de Orinoquía el departamento de Arauca (62%). 

No obstante, en términos absolutos, la inseguridad alimentaria afecta a un mayor número de personas en las zonas urbanas. Las ciudades con más personas en esta situación son Bogotá (1.5 millones), Medellín (642 mil), Cali (491 mil), Cartagena (420 mil) y Barranquilla (328 mil).  

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La Evaluación de Seguridad Alimentaria para Población Colombiana señala que factores como la pandemia por COVID-19, la pérdida de empleos, las dificultades en el acceso a la tierra, el aumento en el precio de los alimentos, los desastres relacionados con el cambio climático y más recientemente la escasez de insumos debido a la crisis en Ucrania, han llevado a los hogares a un alto nivel de vulnerabilidad económica. 

También es claro el vínculo entre seguridad alimentaria y conflicto. Según el estudio, la mitad de los hogares que han sido víctimas del conflicto armado padecen inseguridad alimentaria, en contraste con los hogares que no han sido víctimas donde el porcentaje de inseguridad alimentaria es del 28 %. Los hogares con jefatura femenina, afrodescendiente o indígena, o en los que el principal aportante de ingresos no tiene estudios o trabaja en la informalidad, son los más vulnerables. 

El Programa Mundial de Alimentos desarrolló además un estudio enfocado en migrantes. La Evaluación de Seguridad Alimentaria para Poblaciones Migrantes y Comunidades de Acogida muestra que en esos grupos existen altos niveles de inseguridad alimentaria en todos los departamentos del país. Muchos de estos hogares siguen excluidos de la economía formal de Colombia y no tienen acceso a esquemas oficiales de protección social o servicios de salud. Su situación se vuelve más precaria debido a factores agravantes como la violencia, las crisis climáticas, las barreras socioeconómicas y el costo de los alimentos. Entre el 52 % y el 73 % de los migrantes se encuentran en inseguridad alimentaria, dependiendo de los grupos poblacionales (migrantes con vocación de permanencia, pendulares y en tránsito).

La Evaluación de Seguridad Alimentaria en Población Colombiana recolectó información en 29 departamentos y 118 municipios y analizó patrones de consumo de alimentos, vulnerabilidad económica, estrategias de supervivencia asociadas al consumo y medios de vida. Sus resultados buscan ser de utilidad para el país en el proceso de focalización de la atención, ya que provee datos actualizados y basados en la evidencia sobre las poblaciones más afectadas, como el departamento de Sucre que tiene un nivel de inseguridad alimentaria mucho más elevado que Chocó o La Guajira, donde frecuentemente se ha priorizado la asistencia. 

La evaluación fue presentada hoy durante un conversatorio moderado por Sara Del Castillo, Directora del Instituto de Estudios Ambientales y del Observatorio de Seguridad y Soberanía Alimentaria de la Universidad Nacional de Colombia, con la participación de Darío Fajardo, Viceministro de Desarrollo Rural del Ministerio de Agricultura; César Giraldo, Asesor de la Presidencia de la República para la Lucha contra el Hambre; María Olga Peña, Directora de Desarrollo Rural del Departamento Nacional de Planeación; Jenny Paola Santander, Asesora de la Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer; y Carlo Scaramella, Director y Representante en Colombia del Programa Mundial de Alimentos.

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Alba Nubia: la mamá de las hijas de la calle

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En su rostro se notan los ocho años que vivió en la calle. Alba Nubia Duque Calbo, fundadora y directora de la Asociación Nueva Vida Para Las Mujeres, está acomodando sus diplomas en la pared quiere que en la entrevista aparezcan. La educación fue su salvavidas para salir de debajo de un puente. Cuando ella tenía apenas un año de edad su mamá falleció y su padre de escasos veinticinco años se fue, dejándola con sus otras dos hermanas al cuidado de los abuelos. Creció en Cali, la sucursal del cielo. A sus quince años era atleta, tenía un futuro prometedor en el deporte; pero la violencia intrafamiliar y el vacío que había dejado su madre la empujaron a un abismo aún más oscuro. Mirar atrás significa tocar heridas intensas, su infancia y juventud tuvieron un sabor amargo.  Por esa época, unas amigas le presentaron el mundo turbio de las drogas, calle arriba y calle abajo empezó a buscar respuesta a sus confusiones, salida para su dolor y el cariño que nunca había sentido. 

Terminó consumiendo 40 pastillas de rivotril diarias, un medicamento que se encarga de disminuir la actividad del sistema nervioso central y tiene efectos sedantes, hipnóticos o  ansiolíticos.  Desde sus dieciséis años hasta sus veinticuatro años vivió todos los horrores de la calle. Fue violada al menos cuatro veces, vendió su cuerpo en Buenaventura y pocas veces estaba consciente porque se la pasaba en el suelo por la droga. Cambió su talento atlético por el vicio, tratando de escapar de los huracanes que enfrentó cuando era niña. ¿Cuántos motivos puede haber para que una niña, niño o jóven sean arrastrados por las drogas, y aún peor para terminar viendo en la calle algún tipo de consuelo?.

A uno en las drogas lo violan; pero lo más impactante es el rechazo. Las drogas te vuelven feo y la gente se asusta, aunque uno dentro tiene un corazón bonito. Eso sí, hay que hacerse la mala para defenderse de la adversidad, uno como mujer corre muchos peligros

asegura Alba Nubia

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La realidad tiene una forma extraña de escribir la historia de las personas. La calle le arrebató su inocencia y dulzura, pero nunca pudo quitarle la esperanza de que todo iba a salir mejor. Un día, un grupo religioso llega a ofrecerles comida  y ella en ese momento sintió que unas cadenas se soltaban. Fue llevada a una fundación donde inicia el proceso de rehabilitación y estudia el bachillerato.  El esfuerzo, entrega y dedicación que le pone a superar su pasado, la convierten en la mejor alumna. El alma de Alba Nubia pasa por una metamorfosis. Empieza a trabajar vendiendo ropa y un pastor le ofrece irse como consejera a la Fundación New Life For Girls para ayudar a adictas de crack y heroína en los Estados Unidos. En ese viaje, que duró 6 años, no solo apoyó a cientos de mujeres que habían pasado por lo mismo que ella, sino que además pudo volver hacer una niña en una salida a Disney World, fue como ponerle una cura a las heridas de su infancia cuenta con la voz entrecortada y los ojos nostálgicos.

Perdonar ha sido su gran enseñanza. Ahora tiene sesenta y cuatro años y a través de su Asociación Nueva Vida Para Mujeres en Bogotá ha atendido a más de 5.000 niñas, jovenes y mujeres adultas consumidoras de drogas, abandonadas, victimas de violencia sexual y prostitución infantil, con el apoyo constante y solido del Banco de Alimentos de Bogotá. Cuando volvió la primera sede de la asociación fue en Alamos Sur durante dos años, pero por cuestiones ajenas a su voluntad  mudo el espacio a la calle 19 del centro de Bogotá que es donde queda ahora.  Era una zona peligrosa, llena de viciosos y  delincuencia, pero también era un edificio grande de cinco pisos. Ella lo logra comprar y junto a las niñas empiezan a sembrar flores de primavera en este lugar, que ya lleva más de 30 años. La metodología que utiliza, durante el año que las chicas están allí, consta de 3 fases: adaptación, concientización y salida intermitente a sus casas. Lo más difícil es el encierro, algunas tratan de escaparse y por eso todas las ventanas tienen rejas, pero después de muchos replanteamientos internos se han dado cuenta que el buen trato, la alimentación saludable y la atención personalizada hace que estos casos disminuyan y el proceso sea un éxito.  

Si no fuera por la ayuda del Banco de Alimentos de Bogotá no podría existir. Desde que empezaron yo voy allá, toda la alimentación que les doy a las niñas es gracias a ellos y también me apoyan con la compra de los traperos, pero además nos envían personal para atender a las jóvenes. Ellos han creído siempre en mí y yo los amo

asegura Alba Nubia Duque Calvo.

Al adicto le toca volver a encontrar su lado humano. Por eso, mediante terapias psicosociales, cuidados personales de su cuerpo, oraciones, deporte y  emprendimientos de venta de traperos y collares de perros les enseñan el valor del amor propio.  Para Alba Nubia lo más importante que deben ofrecer las instituciones que trabajan con las hijas de la calle es educación, es lo único que las puede sacar adelante. 

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Es muy fácil juzgar a simple vista, cuando no se conocen las cicatrices internas que lleva cada uno. La mayoría de las niñas que residen aquí han crecido sin mamá y han sentido que las decepciones familiares destruyeron la pureza de su alma. Es cierto que una sola acción de maltrato, violencia o abandono puede echar todo a perder. Por eso, el llamado que hace Alba Nubia es a ser conscientes y responsables cuando se tienen hijos, la compañía de una mamá es esencial para el desarrollo íntegro del niño o niña. Esta historia es un reflejo que a pesar de las adversidades siempre hay esperanza de tener una nueva vida.

El hambre: Un virus letal, invisible y vergonzoso para la humanidad

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Por: Fernando Carrillo Flórez 

Existe una generación de estómagos vacíos y corazones rotos que reclama soluciones inmediatas para derrotar el hambre, más allá de los discursos, promesas y documentos voluminosos de tecnócratas que asesoran a Gobiernos obsesionados con ganar elecciones, malgastar los presupuestos y enriquecerse, con cero compromiso con el bienestar de la gente. Es tiempo de patear la mesa, preparar un menú de soluciones a la crisis alimentaria con pactos globales que obliguen a una acción inmediata de los Estados, para ganar la guerra contra la peor pandemia que azota al mundo y amenaza la sobrevivencia de la especie: el hambre. Un enemigo invisible para los insensibles, letal para los más débiles y vergonzoso para la humanidad.

Una de las vértebras centrales del discurso de posesión del presidente Lula, el pasado primero de enero, fue rescatar a 33 millones de brasileños del hambre y a 100 millones de la pobreza, después del desastroso gobierno de “destrucción nacional” que dejó Bolsonaro. El hambre es el problema más urgente que afecta la salud, la educación, el empleo; amenaza y deslegitima la democracia, genera violencia y es el legado más letal de la pandemia del Covid-19.

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Vivimos una época de graves retrocesos, de estómagos vacíos y corazones rotos. De ilusiones perdidas por millones de ciudadanos que ven la comida por televisión y pocas veces saborean la carta de derechos. Padecemos una “cascada de crisis” simultáneas, como bien lo señala el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres,  o la “permacrisis” reseñada por The Economist, que hoy afecta al mundo; todas ellas -la económica, geopolítica, social, climática, energética- que terminan ahondando el drama de la inseguridad alimentaria y la desnutrición. Es una calamidad que se haya querido ignorar el carácter de derecho fundamental de la alimentación, tanto como su impacto en el paquete de derechos sociales y económicos,  que golpean el crecimiento y el desarrollo y aumentan la desigualdad. Y no es culpa de las cifras desalentadoras de la FAO, UNICEF o del PNUD sino de la indiferencia, la indolencia, la falta de solidaridad y en no pocos caso de la aporofobia que bien ha explicado Adela Cortina en estas páginas editoriales. El problema del hambre es, sin duda, un problema de derechos y los tribunales constitucionales toman cada vez mas cartas en el asunto. 

No se trata de una crisis mas. Su solución debe estar en el centro de la política social como prioridad de la agenda pública, y como eje de grandes acuerdos nacionales contra el hambre, partiendo del reconocimiento de la incapacidad del Estado para resolver solo esta megacrisis, y la sumatoria del sector privado, la academia y la sociedad civil en la construcción de escenarios que reconozcan que algunos políticos viven enamorados de sus errores. Alianzas, diálogo social, concertación incluyente, sinergias, asociaciones publico-privadas son alternativas que comienzan a explorarse. Los bancos de alimentos, por ejemplo, han mostrado una eficacia mayor a la del Estado en la focalización de entrega de ayudas a los más necesitados.

A lo largo y ancho de América Latina, la pregunta es cuál va a ser la segunda generación de políticas sociales de los gobiernos que desde la izquierda se enfrentan a la madre de todas las crisis. Las ya clásicas transferencias monetarias hoy por hoy reclaman un replanteamiento y la renta básica universal no acaba de inventarse como herramienta de política social. Allí hay de todo como en un supermercado: desde pragmatismo con impactos incuestionables en reducción de la desigualdad y el hambre, hasta clientelismo, corrupción y falta de transparencia en programas de renta condicionadas que se convirtieron en pagos de favores políticos o captura de nuevos electores.

Aún mas, la gran pregunta es cuál sería un plan de choque efectivo que sepa diferenciar entre lo coyuntural y lo estructural, reconozca la centralidad del sector rural, vaya mas allá del asistencialismo, con la soberanía alimentaria como premisa mayor, sin populismo ni imposición unilateral, con los derechos de los campesinos y pequeños agricultores marcando el ritmo de esta reforma tan postergada. Para no hablar por ejemplo de los programas de alimentación escolar que se han convertido en el plato más apetecido por los corruptos en algunos de nuestros países.

El sector agrícola, agroalimentario y campesino está desfinanciado, politizado desde lo público y debilitado desde lo privado, afectado por todos los males presentes – recesión, devaluación, inflación, inmigracion, cambio climático, centralización del poder- y marginalizado en los presupuestos públicos. En los organismos internacionales, tanto las políticas públicas como  los expertos en economía agrícola fueron jubilados prematuramente en el marco de la fiesta neoliberal de los noventas y hoy se buscan con lupa por todas partes. Hoy se formulan de nuevo temas como el microcrédito campesino, la rentabilidad del campo en el ámbito de la reforma rural, el rol de la mujer rural, el hambre urbana y el hambre oculta, la brecha digital en el campo, la inversión en investigación y desarrollo, la sostenibilidad de los planes de acción contra el hambre,  la reglamentación de los desperdicios de alimentos que llegan a niveles inaceptables del 34% que terminan en la basura, etc.

Y en la misma forma como decía Tip O’Neill que la política es toda local, la política pública del agro y contra el hambre es mas local y territorial que ninguna otra, y por ello gobernadores, alcaldes y mandatarios regionales son los primeros llamados a hacer parte de esos acuerdos por la seguridad alimentaria. Los denominados “mapas del hambre” son herramientas esenciales que deben llevar a priorizar y focalizar acciones concretas en los territorios con dimensión local articulada con lo nacional. Máxime cuando el karma del alza de los precios de los alimentos llegó para quedarse y la desnutrición infantil sigue causando retrasos en el desarrollo cognitivo, baja capacidad de aprendizaje y, lo que es una vergüenza, cobrando vidas.

Producir más alimentos y saberlos distribuir es sin duda una prelación inmediata del desarrollo, como lo ha señalado el nuevo Presidente del Banco Interamericano de desarrollo Ilan Goldfajn. Se trata en últimas de una exigencia ética que reclama prioridad absoluta en las agendas sociales de los gobiernos en un 2023 que comienza con el pie izquierdo para el mundo.