En un mundo donde los recursos naturales se agotan a un ritmo alarmante, la economía circular emerge como una alternativa poderosa para repensar la forma en que producimos y consumimos. Este modelo busca romper con el sistema lineal de “tomar, hacer y desechar” que ha dominado las últimas décadas, y en su lugar, propone un ciclo donde los recursos se reutilizan, se regeneran y vuelven al sistema productivo. En el contexto de la industria alimentaria, la economía circular no solo es una estrategia inteligente, sino una necesidad urgente para combatir el desperdicio de alimentos y promover una mayor sostenibilidad.
Grandes cantidades de agua, tierra, energía y mano de obra se utilizan para cultivar, procesar y distribuir los alimentos que consumimos. Sin embargo, una parte significativa de esos alimentos termina en la basura. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), cerca de un tercio de todos los alimentos producidos a nivel global se desperdicia, una cifra que pone en riesgo la seguridad alimentaria y exacerba el cambio climático.
La economía circular en el sector alimentario propone soluciones innovadoras para reducir el desperdicio en cada etapa de la cadena de suministro. Desde la agricultura regenerativa, que mejora la salud del suelo y captura carbono, hasta la reutilización de excedentes agrícolas mediante programas como el Programa de Recuperación de Excedentes Agrícolas (PREA), estos enfoques permiten que los alimentos se mantengan dentro del ciclo económico por más tiempo, beneficiando tanto al medio ambiente como a las comunidades vulnerables. Por ejemplo, los productos que no alcanzan los estándares estéticos del mercado pueden ser redistribuidos a personas en situación de vulnerabilidad, contribuyendo así a la reducción del hambre.
El papel de los consumidores también es fundamental en esta transición hacia una economía circular. Las decisiones que tomamos al momento de comprar, cocinar y desechar los alimentos tienen un impacto directo en el sistema. Adoptar hábitos como planificar las compras, almacenar correctamente los alimentos y donar los excedentes puede reducir significativamente el desperdicio en los hogares. Además, apoyar a empresas que promuevan prácticas circulares contribuye a fomentar una economía más justa y responsable. En definitiva, la economía circular en el sector alimentario no solo nos permite abordar uno de los problemas más graves de nuestro tiempo: el desperdicio de alimentos, sino que también promueve un modelo de desarrollo sostenible que cuida de los recursos naturales, reduce las emisiones de carbono y genera oportunidades económicas. Es un enfoque en el que todos ganan: el planeta, las empresas y, sobre todo, las personas que más lo necesitan. El momento de actuar es ahora, sigamos #JuntosContraElHambre